Una especie de esponjas gelatinosas aguanta la carga de articular los huesos del cuerpo humano. Para mover la rodilla, por ejemplo, el fémur baila sobre una cama de meniscos que amortiguan el roce contra el hueso de abajo, la tibia. Esos cartílagos aguantan el peso del giro y del movimiento con elasticidad, adaptándose a las necesidades del movimiento, y volviendo a su posición natural cuando la pierna descansa. Pero estas almohadillas articulares también se cansan y la vejez, la sobrecarga o los hábitos de vida pueden desgastarlas hasta hacerlas desaparecer.
Seguir leyendo en El País.
Seleccionar página